La sangre era lo único a lo que podía recurrir para recordar el camino. Cada centímetro de su trayecto no era sino un centímetro de rojo intenso y recuerdos que parecían querer tomar el control total de su mente.
Miraba hacia atrás, encogiéndose por el frío y con un el ceño fruncido. Un camino de hielo de no más de un metro de amplitud, en su día impoluto, ahora amenazaba con hacerse cada vez más estrecho y dejar que cayera a un vacío del que sabía que no podría volver.