Salió de casa y se adentró en el bosque. Sin rumbo, sin objetivo; salió por salir. Las cuatro paredes de su casa no hacían más que recordarle lo que era. 'Polvo', se decía a si mismo, recordando el proverbio latino que había aprendido días antes en clase. Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris. No sabía muy bien por qué recordaba aquella frase, pero le removió. 'Recuerda, hombre, que polvo eres y al polvo regresarás' se repetía en voz baja, sin alzar la vista, mientras caminaba.
Sentía una extraña presión en los ojos, en la nariz y en el pecho. No le preocupaba. Su mente, traidora, no paraba de recordarle que aunque en ese momento estaba a solas consigo mismo, no era por propia voluntad. Y que su madre nunca volvería con él, pues del exilio se puede escapar, pero de los dominios de la parca no. Eso era imposible; ya tenía la lección aprendida después de que su padre también tuviera que partir. Estaba sólo.
Se dio cuenta de que había dejado la puerta de casa completamente abierta. "Viviendo así,"-se dijo-"aislado entre árboles, tampoco es que tenga que preocuparme por algo como eso."
"Si sólo fuera eso lo que rondara mi mente..."
Tropezó con una roca. No la vio aunque tenía la mirada clavada en el suelo, derrotada. Levantó la vista: un lago. Pequeño y cristalino, a merced de la luz de la Luna, que parecía estar mirándole, presentándose ante él.
Se fijó en su nueva amiga.
Blanca y reluciente, redonda como ella sola. Era una luna preciosa. Pero sus ojos ya no percibían belleza alguna. La vida había perdido su color, su encanto; todo. Quizá por eso cuando vio la Luna, austera y con un resplandor incoloro, se sintió mejor. Era como él. Sin tonos, sin vitalidad. Y eso hizo que no se sintiera tan solo.
Se sentó en una roca, muy cerca del agua del lago. No se escuchaba nada, ni siquiera el tímido gruñido de los conejos que rondaban la zona normalmente. Sólo estaban ellos dos: él y su amiga.
- ¿Tú también estás mal? - preguntó, sin esperar respuesta. - No tienes ninguna estrella cerca.
Era cierto. El asombroso brillo de la luna abría ante él un cielo negro y vacío, sin destellos.
- Esta noche estás sola, pero seguro que pronto tendrás a alguien... ¿No?
"¿No?". No sabía si esa pregunta iba dirigida a su amiga o a él mismo. "Dicen que la esperanza es lo último que se pierde... Así que puede acabar perdiéndose." pensó. Su vista se tornó ondulante de repente: todo se tornó algo borroso. Parpadeó, desconcertado, y descubrió el motivo. Se secó las lágrimas que le impedían ver con propiedad, pero era inútil: no paraban de caer. Así que dejó que cayeran.
Con la respiración algo acelerada y la voz temblorosa, se tumbó sobre la roca, clavando la mirada, ahora, en la luna. Cada segundo que pasaba allí, sólo, sin hacer otra cosa que mirar a alguien que estaba tan abandonado como él, era una tortura. Lo sabía. Pero ya no le importaba. Simplemente quería que todo le dejara de importar. Sólo necesitaba estar allí, en ese momento, con su resplandeciente alma gemela.
"Somos iguales", pensó.
Pasó horas sin moverse. Miraba hacia arriba, se secaba las lágrimas y se frotaba la nariz. Nada más.
Un pequeño destello anaranjado desvió su atención. Era el Sol. Estaba amaneciendo. Se fijó otra vez en su amiga: ya casi no se la veía. Su figura, difuminada en el cielo, parecía cada vez más débil.
Se levantó y caminó hacia el agua. Estaba fría. Hacía mucho que no sentía calor; de ningún tipo.
- Somos iguales -repitió, sin dejar de mirar hacia donde estaba la luna.-, y lo seremos siempre... Amiga.
No dejó de caminar. Cuando el agua le llegaba a la altura de los ojos, una última lágrima cayó por su mejilla, fundiéndose con el lago, igual que él, que no dejó de adentrarse en sus profundidades.
'Recuerda, hombre, que polvo eres y al polvo regresarás'. Y tras este último pensamiento, unió su destino al de la luna que no volvería a ver nunca más.
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