Una lucha convertida en guerra
dentro del lienzo que es mi mente,
dentro del caos que son mis ojos,
dentro del recuerdo de una vida.
Figuras que se elevan en la sombra
sin hablar, amenazantes,
con una llama oscura en su mirada
y sangre conocida en sus garras.
Terror. Sollozo. Pena.
Arrepentimiento.
Miles de heridas que reviven,
impidiendo que viva.
Un Universo de dolor y soledad
contenido en un espejo roto,
en un reflejo perdido:
en lo que queda de un alma traicionada,
inmersa en la justicia, inmersa en todo aquello que la encadena,
en todo aquello que le quema:
lo que le recuerda quién era.
Una llama impredecible
que acaba con lo que antaño era vida,
un cielo gris que en su día tiñió
de negro todo cuanto poseía.
Y ante el reflejo de una estrella
en mis ojos nacen versos,
palabras que toman vida nueva
mientras al cielo, impune, imploro
una pausa en este ciclón de esperanzas vanas,
el indulto de palabras que acabarán condenadas:
descubrir caminos hechos también para mentes sanas
y no necesitar la pluma para imaginar manos amadas.
Y es que el paso de los días antes traía sonrisas;
parecían sinceras; acabaron siendo solo frías brisas
que con cada segundo agrietan más mi soledad,
una soledad austera a la que solo puedo entrar.
¿Y no ves, tú, todo lo que te canto?
Todo lo que soy y mi vida va robando,
todo lo que era antes de este ciclón sangriento:
todo acerca de lo que ahora cada día miento.
Todo lo que tengo que callar, que ocultar, que esconder.
Todo lo que otros en mí ni siquiera pueden ver.
Esa vida que me quitó lo único que quería:
un alma con la que ver pasar los días.
Un bosque en el que perderme cada noche,
una nube que perseguir sin luchar contra reproches,
una esperanza con la que bailar a ciegas:
alguien cuya vida sentir durante las noches en vela.
Ahora solo hay esperanza, por desgracia o por fortuna,
y no sonrisas que contemplar y rivalicen con la Luna
en belleza, en arte: en todo lo que son.
Y ya no queda luz alguna en este corazón.
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