jueves, 8 de agosto de 2019
2019/08/09 - Divagaciones de un alma exhausta
Quizá me aferro demasiado a la ilusión que me provoca alguien inexistente. Una ilusión de cabello largo y ojos claros que lleva tanto tiempo dándome fuerzas para luchar un día más que, a estas alturas, ya no es más que otra de las nubes que no me dejan ver la luz. Quizá ya no hay vuelta atrás.
Me encantaría poder dormir sin acabar baldado cada día intentando engañarme a mí mismo, repitiéndome sin cesar que no soy lo que veo en el espejo. Que no soy una sombra de alguien que conocí, de un niño risueño y talentoso que vio cómo su camino se alejaba de las familiares baldosas para ir a parar a un lodazal en el que cada paso se antojaba más complicado que el anterior.
Hace un tiempo me vino a la cabeza la idea de que lo peor no era sentirse destrozado por dentro cada mañana, sino ser consciente de que, por mucho que lo desees, no va a cambiar. Porque por muchos esfuerzos que hagas, al final, no depende de ti.
Y, en realidad, conozco bien la soledad. Llevo tanto tiempo forzándola a moverse al mismo tiempo que yo que me es inevitable sentirla como una parte más de mi persona. Porque es lo que es. Pero he llegado a un punto en que me entristece más pensar en lo patético que puede resultar llorar por algo que nadie más entiende que por el problema en sí. De una forma o de otra, la conclusión es siempre la misma: estoy cansado.
Es agotador seguir luchando contra algo que ya es parte de tu esencia. La simple idea de recibir ayuda me parece absurda, igual que pedirla. Pero no soy capaz de dejarlo estar; no soy capaz de rendirme porque no quiero hacerlo. Nunca pensé que podría aguantar tantísimo sufrimiento durante tanto tiempo. Así que todavía estoy intentando averiguar hasta cuándo me durará el ímpetu para salir adelante.
El peor golpe, probablemente, es el que siento cada vez que intento compartirlo. Es el desdén con el que todo el mundo trata el tema de la soledad. La simplificación y banalización de algo que considero la peor herida que voy a tener en toda mi vida. Como si con una palabra o dos se pudiera remediar, o como si ni siquiera hiciera falta recurrir a la empatía que, se supone, nos hace humanos para intentar comprender el sufrimiento que puede llevar a alguien a sentirse torturado mental y emocionalmente durante cuatro años seguidos. No sé si es egoísmo, inconsciencia o la mencionada falta de empatía, pero es decepcionante.
Pero no puedo ser iluso: no tengo ningún derecho a exigir que cualquiera que no sea yo lo entienda. Solo quiero que, por lo menos, me hagan sentir que importo si eso es lo que dicen opinar acerca de mí. Y la mejor forma para ello es entendiendo mi estado, no huyendo de él o intentando que yo haga lo propio.
Ahora cualquier cosa mínimamente bella, evocadora, que me recuerde qué soy, es un amargo compañero de viaje que, por lo menos, parece serte sincero acerca de tu vida. No sabría si calificarlo como triste, pero no son precisamente sonrisas lo que provoca toparme con una de esas visiones.
Espero que mis ojos puedan ver pronto el amanecer de la noche más larga de mi vida.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario