jueves, 22 de octubre de 2015

La impotencia del guerrero

Se sintió como un boxeador que pierde por puntos en su mejor combate. Como un piloto al que deja de funcionarle el motor a tres metros de la meta. Impotente.

Ni siquiera estaba escuchando la conversación que estaba teniendo lugar a poco más de setenta centímetros de él. No estaba. "...claro..." parecía escuchar cada dos o tres segundos. "...contigo...". "...vamos...". "...tiempo...". Sólo palabras sueltas que la persona que amaba y su pareja, cuya existencia acababa de descubrir, iban soltando mientras hablaban entre ellos.

"Nosotros nos vamos a mi casa un rato, nos vemos mañana, ¿vale?" escuchó al final. Se dio cuenta de que le hablaba a él. Sonrió y se despidió educadamente, fingiendo normalidad, sin sacar la mano de su bolsillo derecho. El tono cobrizo del cabello que le hacía levantarse cada mañana se fue alejando junto a esa desconocida figura que le cogía de la mano. Y desapareció en el horizonte.

Bajó la mirada y vio cómo su mano no había tenido la oportunidad de salir del bolsillo siquiera. Con una extraña sensación en sus ojos y su nariz, sacó la mano acomapañada del frustrado regalo que tenía para la chica. "Por primera vez en concierto", leyó.

"Primera fila. Butaca 5."


Miró al suelo e intentó asimilar lo que acababa de pasar. Arrugó las entradas y las dejó caer, abriendo la mano, sin fuerza.

Giró un poco la cabeza y su vista se perdió en el horizonte del mar que tan cerca estaba de su ciudad. De hecho, a pocos metros tenía unas escaleras que llevaban a la playa. Normalmente se habría sentado, con su amiga, a hablar durante horas mientras veían el bailar de las olas. Pero ya no podía hacerlo.

Pensó en volver a casa, pero ¿para qué? No le veía sentido. Volver, coger el móvil y ver un mensaje suyo. Ya no volvería a ser igual que el día anterior, ya no sonreiría al leer su nombre en la pantalla. Ya no.

Se quitó la chaqueta, aunque llevaba un rato lloviendo tímidamente. Se sentó en la arena, llena de charcos y con un tono oscuro. Rodeó sus rodillas con los brazos y hundió su rostro en ese espacio personal, cerca del pecho. Lo hizo instintivamente, sin pensar, pero tardó poco en ser consciente de lo que acababa de pasar y de lo que ello significaba.

Y empezó a llorar, con rabia. Auténtica rabia. Furia. Impotencia.

Sabía que esa vez iba a ser tremendamente dolorosa. En alguna otra ocasión había metido la pata con la chica a la que amaba, esa que ahora corría feliz cogida de la mano con alguien que no era él; pero esa lejana metedura de pata había sido culpa suya. Esta vez no. Quizá por eso dolió mucho más. Porque todo su esfuerzo, cariño y dedicación no habían conseguido demostrar lo que sentía. Era frustrante a más no poder.

Después de un rato sin poder dejar de pensar en todo lo que perdía con cada "Adiós", levantó la mirada, sin saber qué hacer.

Llovía a cántaros. Parecía que el tiempo, normalmente tan soleado en esa zona, ahora quisiera reforzar el sentimiento de vacío que lo atenazaba al recuerdo de su perfume, de su mirada; de ella.

Se levantó, enfurecido con el mundo, sin dejar de llorar y con los puños cerrados. El ceño fruncido, los ojos rojos y los dientes apretados, con rabia.

Pero su rostro volvió a descomponerse. Hundido, no volvió a bajar la cabeza, sino que la alzó, de cara al cielo. Y la rabia que le había ayudado a levantarse se esfumó, una vez más, por medio de las decenas de lágrimas que caían por sus mejillas. Sólo quedaba tristeza dentro de él.

"Eres la clase de chico que me gusta. ¡Ojalá encuentre a alguien como tú...!"

Demasiados recuerdos durante demasiados meses. 

"Yo no veo mal lo de estar soltera. Seguro que pronto descubro a alguien a quien quiero."

Demasiadas falsas esperanzas.

Demasiado dolor.

Y tras unos minutos, supo que todo había acabado. Todo.

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