El mundo entero, entonces, supo lo que significaba la muerte de esa chica. La pareja que los había defendido durante meses acababa de ser cercenada cruelmente, para siempre. Los humanos somos egoístas por naturaleza. Sin duda. Pero esos dos jóvenes habían luchado por defender a toda una especie en numerosas ocasiones. "Parece una película de ciencia ficción" decían algunas señoras mayores al ver sus batallas, luchando envueltos en su característica aura azulada y morada. Admirándolos como a seres divinos. Rindiéndoles homenaje por su labor. Y ahora uno de ellos acababa de ser atravesado. El otro, herido de forma macabra, seguía sin reaccionar.
Una risa taladró el oído de todo un planeta a través de la retransimisión.
El joven levantó la cabeza, sin soltar su último atisbo de felicidad, su razón para existir; su alma gemela. La gente, a través de las pantallas, pudo ver su rostro. No lloraba. Sabían que tenían ante sus ojos a una persona destrozada, completamente vacía por lo que había perdido hacía instantes; pero no lloraba. No hacía gesto alguno con su rostro.
Giró un poco el cuello, mirando al risueño asesino. "Habría volado en pedazos con el planeta igualmente", dijo este. "Como un insecto más".
Se levantó poco a poco, sin dejar de mirar al que se había convertido en el mayor enemigo público del mundo. Dejó el cadáver en el suelo y se alejó unos metros, caminando muy lentamente hacia el tirano. Se detuvo a unos metros. Miró al suelo y volvió a levantar su cabeza tras unos segundos.
Y su expresión por fin cambió.
A partir de ese momento el mundo dejó de ver en ese chico a un dios y asistió a la aparición, durante un minuto, de un auténtico demonio.
El aura, que recordaba al mismísimo Universo y que tantas veces había sido el símbolo de protección para la gente de la Tierra, desapareció. El azul y el morado se tornaron rojo y negro. El rojo de la sangre que envolvía sus heridas se mezcló con el de su aura, mientras el negro tiñió de un tono oscuro todo lo que le rodeaba: el cielo, el suelo, su desgastada ropa; todo.
Y con las pupilas encendidas en rojo, saltó hacia el asesino.
Las cámaras no lograron captar nada de lo que ocurrió hasta tres segundos después. Fue demasiado rápido. El salto distorsionó la imagen y el sonido dejó de funcionar durante unos instantes. Una vez se enfocó a los combatientes de nuevo, se descubrió que no había habido combate. El joven, aún rodeado de un color rojo y negro etéreo, estaba ahora detrás de su oponente, espalda con espalda. Quieto.
El asesino, por su parte, tenía una expresión de terror.
Terror absoluto.
Cayó de rodillas, mirando al frente. Y empezó a gritar, llorando.
La gente se asustó al ver tal imagen. Un hombre que había acabado en menos de diez golpes con la vida de una de las dos personas más poderosas que la humanidad había visto, ante sus ojos, ahora estaba llorando y gritando con los ojos abiertos de par en par; como si pidiera clemencia al cielo. No era lógico. No era normal.
Lo último que captaron las cámaras fue como caía, muerto y con el rostro lleno de lágrimas, al suelo. Y, tras eso, los ojos del joven, los ojos de un demonio, miraron de frente a toda la humanidad, que vio como la imagen desaparecía de repente.
Los niños, aterrorizados, preguntaron a sus madres, que no supieron qué responder.
'Nos hemos salvado...
¿...no?'"
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