viernes, 3 de enero de 2020
2020/01/03 - Pluma incandescente
No sabes cuánto me gustaría no necesitar escribir esto. No te puedes llegar a imaginar cuánto me tranquilizaría poder disfrutar de la ilusión de las fiestas, del cariño en familia y de los recuerdos felices, pero es algo que parece cosa del pasado. Tengo la sensación de que mi vida acabó hace cuatro años, cuando te fuiste, y que, desde entonces, lo único que he podido hacer es vagar sin un objetivo que me dé fuerzas.
Hasta cierto punto, desearía que el dolor me hubiera insensibilizado. Que me hubiera convertido en un alma vacía y sin emoción, sin la capacidad de recordar cada lágrima, cada brote de rabia, cada vez que me planteé la injusticia de la vida. Desearía haber podido olvidar todo eso de una vez o, por lo menos, haber podido superarlo.
Odio tu existencia, Laura. Odio vivir cada semana esperando que algún día te conviertas en lo que necesito. Odio tener que mentirme a mí mismo cada vez que me miro al espejo e intento contener unas lágrimas que no hacen más que agrietar la que hace tiempo era la mirada de alguien que no necesitaba esforzarse por aguantar otra jornada. Odio tu existencia con toda mi alma. No a ti, no lo que eres, sino lo que representas. Lo odio por todo lo que me falta. Por todo lo que necesito.
Lo peor es que nunca podré dejar de escribirte. Nunca me veré capaz de olvidarte, porque eres lo único que quiero. Llevo esperando tanto tiempo encontrar lo que tu esencia representa que, ahora mismo, me es imposible no sentirme imbécil escribiendo esto. No eres nadie, pero para mí lo eres todo.
Me da miedo no poder avanzar. Nunca pensé que podría hundirme en este pozo durante tanto tiempo. Esto debería haber sido temporal, cosa de unos meses. Se suponía que poco a poco podría fortalecerme, no debilitarme ante cualquier recuerdo de lo que eras.
¿Sabes qué es lo peor? Que, probablemente, mañana me levante y vuelva a leer estas líneas. Que lo lea todo, de arriba a abajo, y piense que estaba exagerando. Y será solo unas horas después cuando vuelva a sentirme solo, cuando vuelva a mí esa sensación de vacío de la que no he podido desprenderme en cuatro putos años. Y, entonces, volveré a entender a la perfección todo lo que ahora escribo aquí. Y volveré a irme a dormir, quizá intentando olvidar, quizá llorando; quién sabe. Y volveré a levantarme y pensar que estaba exagerando. Nunca dejará de repetirse el mismo proceso mientras cada vez le encuentro menos un sentido que, francamente, ya ha dejado de valer la pena buscar.
Nunca dejaré de sonreír poniendo más esfuerzo en esconder mi soledad que en complementar a quien me hable. Nunca dejaré de sentir que no soy más que una pieza olvidada en el mecanismo que es mi vida. Y no sé qué tengo que hacer para volver a sentir que vivo. No he podido descubrirlo en cuatro años luchando con todo lo que tenía contra el peor veneno que he tenido la desgracia de probar, y empiezo a pensar que no podré descubrirlo por mucho que me esfuerce.
Ojalá pudieses llegar a entender lo harto que estoy de asociar la palabra "soledad" a todo lo que hago. Te juro que me gustaría poder demostrarte cuán débil me he vuelto, incluso después de pasar por lo que debería haberme fortalecido. Y me esfuerzo sin parar en convencerme a mí mismo de que, a estas alturas, la soledad es algo que identifico como natural en mi día a día. Algo que no tiene por qué gustarme, que puede asquearme de forma exagerada, pero que ya no debería sorprenderme ni cogerme desprevenido. Pero me es imposible.
Del mismo modo que me es imposible no sentirme patético mientras escribo esto, como un niñato débil y caprichoso que no sabe apreciar lo que tiene. Pero no es el caso. No es que no sepa que tengo personas que me quieren, es que la soledad que me ha jodido la vida es muchísimo más fuerte que cualquier atisbo de cariño que puedan hacerme sentir desde fuera. Es un puñal que no deja de hundirse más y más en mi pecho por muchas sonrisas sinceras que la gente consiga de mí.
El tiempo, probablemente, es lo más destructivo de todo este cóctel de dolor y vacío. No solo el tiempo que ha pasado desde que empezó, sino, sobre todo, la incertidumbre de no saber cuánto tiempo me queda con esto dentro de mí. He llegado a un punto en que -sin exagerar, sin dramatismos de por medio y pensando en frío- no me extrañaría nada que acabase totalmente consumido por la soledad. No sé a qué edad, no sé con qué obstáculos hasta llegar a ese momento, pero no me extrañaría.
Al final, en realidad, todo lo que me queda son estas líneas. Esto es lo único que me sirve para poner en orden todo aquello con lo que mi mente bombardea mi estabilidad emocional a diario. Y, ¿sabes qué? Es triste, Laura. De verdad. No soy más que lo que queda de una buena persona, o, por lo menos, lo que yo considero que merece tal denominación. A este paso, en un tiempo, no seré nada.
Ojalá todo esto tuviera su origen en un error. Si, de alguna forma, pudiera culparme por haber hecho algo mal, no me sentiría tan vacío, tan solo y tan dolido. Imagino que, por lo menos, sentiría que existo más a menudo.
Espero volver a vivir pronto y que, al final, el reguero de sangre que van dejando mis pies exhaustos acabe siendo únicamente un recuerdo de tiempos que se me antojen ajenos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario