Caminó por el pasillo y, sin entrar en su cuarto, dejó la mochila en el umbral de la puerta, de camino al baño. Se colocó frente al espejo y se frotó los ojos, cansado. ¿Por qué estaba tan cansado? Si no hacía nada especial.
No recordaba la última vez que había sonreído. ¿Ya hacía meses? Quizá eran dos o tres. No le parecía descabellado.
Se echó agua en la cara para espabilarse, pero no sirvió de mucho. Se secó y fue a su cuarto.
Miró alrededor suyo. Sus estanterías, su armario, su silla, su cama; todo. Le aburría todo. Bajó la vista y no supo cómo sentirse. Era como si todo le diera exactamente igual.
Se tumbó en la cama, boca arriba.
> ¿Cansado, no? - escuchó.
Estaba sólo, pero lo había escuchado con total claridad. Giró la cabeza y vio a una pequeña figura rojiza, de poco más de diez centímetros, en el borde de su cama, mirándolo y sonriendo, con aire simpático y comprensivo.
- Un poco. - le respondió.
> ¿Sólo un poco?
Volvió a mirar al techo. "Un poco". Realmente no era un poco.
- Últimamente me aburre todo. No me pasa nada. Es... Es frustrante.
Se colocó de lado, apoyado en su codo.
- Por cierto, ¿tú quién eres?
El pequeño individuo rojizo, moviendo tranquilamente su rechoncho y redondeado cuerpo, se puso de pie sobre el colchón. Tenía tres pequeños cuernos sobre los ojos, y unas mejillas encendidas.
> Pues si no lo sabes tú.... - le dijo.- Soy parte de tu mente, supongo que hasta ahí nada te sorprenderá.
- ¿...de mi mente?
> Sí, - afirmó con tono soberbio - soy parte de ti.
+ La parte negativa, no te equivoques. - escuchó.
Unas diminutas manos de tono verdoso se agarraron al borde de la cama y una segunda criatura subió a su colchón.
+ Yo soy la parte positiva, encantado.
Era exactamente igual que el rojo, pero su color y expresión transmitían mucha más tranquilidad.
No supo qué responder.
- ¿Qué...? ¿Qué es esto?
> Has llegado a tu límite, así que hemos venido a visitarte. - le contó el inviduo rojo.
- No lo digas así, que se va a creer que somos la muerte, hombre. - replicó el verde.
> Bueno, eso está por ver.
Él se levantó de la cama, sin dejar de mirarlos, y cerró los ojos.
Los volvió a abrir, esperando que todo hubiera sido una jugarreta de su imaginación. Pero seguían ahí.
> Em... Oye, chaval, ¿dejas de hacer el tonto ya?
+ ¡No le digas esas cosas!
Intentó mantener la calma. Aquello no podía ser real. Esos dos pequeños desconocidos le miraron, con impaciencia.
> A ver, vamos al grano. ¿Tú estás cansado de tu vida no? - le preguntó la parte negativa.
- Bueno... No sé si es la forma más apropiada para decirlo.
+ ¡Eh, eh! ¡No intentes manipularlo! La vida guarda muchas sorpresas, puede que dentro de poco al chaval le vaya genial. ¿Verdad?
Aquello sonaba convincente, la verdad.
- Claro, no digo que no.
> Pero harta muchísimo estar esperando a que algo bueno pase mientras sientes que tu vida está vacía, lo sabes. No esbozas una sonrisa en tus labios desde hace, ¿cuánto? ¿Tres, cuatro meses?
Dio en el clavo. Cada día era igual. No podía llamar familia a lo que tenía, no podía confiar en sus amigos, no sentía amor de ningún tipo, no le iba bien en nada... Todo era malo. Seguía viviendo casi por inercia. Quizá todo lo que no le gustaba de su vida le había llevado a volverse loco; no encontraba otra explicación para ver a esas dos cosas hablándole en el borde de su cama.
- Siempre he tenido paciencia. - Se dijo.
> ¡Paciencia! ¡Bah! ¡La paciencia es para los cirujanos y los imbéciles! Oye, si algo no funciona, no funciona.
Aquello también le sonó lógico. No tenía ningún control sobre su vida, así que ¿por qué iba a cambiar esta de golpe? No tenía sentido.
> Tú llegas a casa y sólo quieres descansar, ¿me equivoco?
- Es lo que hago cada día, sí.
> ¿Y verdad que el único momento en el que te sientes en paz es cuando duermes y no tienes que pensar?
Lo miró de reojo. ¿Cómo sabía todo eso? Incluso si fuese verdad que eran parte de su mente, no le parecía normal.
Pero tenía razón.
El pequeño rojizo sonrió, entornando los ojos.
> Chaval, descansa. Piensa en ti por una vez y descansa. Puedes descansar para siempre si te atreves a deshacerte de ti mismo.
El verde le dio un leve golpe en la cadera para llamar su atención.
+ Oye, ni caso. Este siempre está igual; tú hazme caso a mi. La vida tiene partes difíciles, pero eso no quiere decir que haya que rendirse por las buenas: volverás a sonreír. Venga, dime las cosas que te gustan de tu vida, ya verás como pesan mucho más que las que detestas.
Él se puso a pensar.
Pensó en todos los ámbitos de su vida.
Amistades, valores personales, familia, amor, posibilidades, estudios, ocio, talentos...
Y no encontró nada.
+ ¿Pero...? ¿Cómo que nada? ¡No seas así de pesimista, leches! ¿No tienes buenos amigos que no querrías dejar escapar?
- La verdad es que no.
+ Pues... Pues una chica; todo el mundo tiene a alguien "especial", ¿eh? - dijo sonriendo de forma traviesa.
- Nadie.
El verde quedó sorprendido. Lo miró, estupefacto.
Tenía que conseguir sacar la parte buena de su vida o el rojo conseguiría que se dejara matar. Necesitaba algo básico, algo que todo el mundo tuviera en su vida. Alguna aspiración, algún deseo, algún ídolo en el que verse reflejado.
"No."
¿Nada...? ¿De verdad podía alguien haberse encontrado con una vida así?
¿Qué clase de destino había recibido ese pobre diablo? ¿Tendría que seguir así toda su vida, sin poder mover un dedo, esperando a que todo a su alrededor avance menos él? ¿A eso se le podía llamar vida?
Y entonces se preguntó si él tenía derecho a hacer que siguiera viendo las horas pasar entre lágrimas.
Ese chico no tenía nada.
Era la primera vez que se encontraba con algo así.
+ Pero... A ver, chico. ¿Tú...? ¿Tú qué quieres hacer exactamente?
El joven se frotó el flequillo, pensativo.
- Ahora mismo, descansar. Llevo unos meses en los que nunca tengo fuerzas.
> Exactamente... - dijo el rojo, frotándose las manos.
El verde, sin poder entenderlo aún, se mordió un labio mientras lo asimilaba.
+ ¿Lo has intentado? Quizá irte un fin de semana a la montaña, a la playa o con...
- Nada funciona - dijo, interrumpiéndolo. - Me siento vacío. No siento nada, y sé que eso tendría que aterrorizarme, pero no lo hace. No sé, no tengo a nada ni a nadie, mi expresión ni siquiera cambia. No sé a dónde voy.
El rojo miró al verde, esperando una de sus típicas frases de "lo inesperado de la vida y la felicidad que se encuentra cuando menos se espera".
+ Suicídate.
El joven y el rojo lo miraron de golpe, desconcertados.
+ Acaba con todo, es lo que te sale más a cuenta.
- ¿...? ¿Va en serio?
El verde bajó de la cama, como si no tuviera nada más que hacer allí.
+ Chaval, tu vida no tiene nada. Te juro que intento mostrarte algo a lo que agarrarte, pero estás sólo. Dios ha debido odiarte mucho desde que naciste o algo así, y no sé por qué.
Aquella respuesta le sorprendió. Sintió el impulso de contestarle con orgullo que se equivocaba, pero no supo qué decirle. ¿Acaso no tenía razón?
No tenía nada.
- ¿Y qué hago exactamente...?
+ Haz lo que te plazca, total, sólo lo vas a hacer una vez.
Dejó una nota.
La puso justo al lado de la de su madre.
"Me voy, necesito descansar. Papá, gracias por todo."
Lo encontraron en un bosque, inconsciente.
No sabían cómo había llegado allí.
Tras varios meses sin hacerlo, aunque no respiraba, por fin, sonreía.
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